En estos dos últimos domingos, tuve la gracia de vivir la Eucaristía al exterior después de la invitación del Padre Gilles Roberge, sacerdote del Cabo-de-la-Magdalena, quien nos dice que “durante estos tiempos difíciles, su resolución del año es la de mirar lo que él puede hacer, en vez de encerrarse en lo que no puede hacer.
Su respuesta a las autoridades civiles, que cierran las iglesias por precaución, consiste simplemente en celebrar la misa fuera de la iglesia, aún con un frío glacial. Todas las medidas sanitarias son bien respetadas: distanciación y con la mascarilla puesta.
Para nuestra gran sorpresa, muchas personas (por lo menos un centenar) vienen y participan alegremente, incluyendo a pequeñas familias. Los que son más sensibles al frío se quedan en su auto, abren la ventana y escuchan al celebrante por altoparlantes puestos al exterior de la Basílica. En el momento de la comunión, un sacerdote viene y la lleva al auto. Los niños juegan afuera en los bancos de nieve mientras los adultos se ponen de rodillas adorando al Señor. Los que lo desean pueden confesarse en cualquier tiempo de la misa. Cantamos saltando un poco y golpeando nuestros guantes para alejar el frío...y todo el mundo se siente feliz.
He vivido verdaderos instantes de solidaridad y de fe en el amor y la alegría. Dios está realmente presente en el corazón de su Iglesia. Dios no nos olvidó. Y cada vez que me es dada la gracia de ir a la misa al exterior de la Basílica, llevo conmigo a todas las oblatas en mi corazón. Mirando la cima de los árboles cerca del pequeño Santuario, contemplo en la fe el don de todas las vocaciones oblatas en este bendito lugar y doy gracias al Señor por el Padre Parent quien tenía este lugar en su corazón.
No, Dios no nos olvidó. Está realmente con nosotros y la Virgen María también.
Violaine C.
Región América del Norte-Este.