No es fácil dar una definición de la Presencia de Dios. No es fácil tampoco dar una definición de su presencia a sí mismo ante Dios. Pero se puede llegar a clarificar estos dos estados: Dios en mi presencia y yo en presencia de Dios.
Dios está siempre presente a mí en calidad de Creador, de Providencia y de Padre. Todo está presente a Dios, nada se le escapa, ni en mi ser ni en mis pensamientos ni en mis actividades ni en mis imaginaciones ni en mis sueños ni en mis sentimientos. Todas mis voluntades le son conocidas; Él detecta todo, sabe todo, ve todo. Su ojo está constantemente puesto sobre mí. Nada le sorprende, nada lo desanima. Es lento a la cólera y fiel a sus alianzas.
La presencia de Dios es reflexionar, es estar a la escucha del Señor que nos habita. Es escuchar al Señor que habla en nosotros por medio de la conciencia.
Tener la presencia de Dios en sí, es referirse a Él constantemente, en todo tiempo, en la alegría como en la pena. La presencia de Dios en sí nos mantiene en lo bonito, lo bueno, el bien y lo verdadero.
Recordemos que Dios está tan presente a mí como la palabra está en mi boca. Si estuviéramos convencidos de ello, nuestros pensamientos serían más serenos, menos angustiosos, nuestro corazón estaría pacificado.
Dejémonos invadir por su amor, por su bondad, por su misericordia y por su confianza. Somos el templo de su presencia y debemos ser dignos de ello, puesto que Dios está en cada uno de nosotros, dejémoslo transparentarse por nuestras actitudes, por nuestra calidad de vida espiritual, por nuestra acogida, nuestra escucha con el fin de que la gente que encontremos puedan detectarlo en nosotros.
Equipo de las Voluntarias de Dios de Jonquière