Textos extraídos de los libros del P. Louis-Marie Parent
El cristiano debe esforzarse por llegar a ser un artesano de paz. La paz debe ser una de sus búsquedas más constantes. El ser de servicio, consciente de pensar, de hablar y de actuar bajo la influencia del Espíritu Santo, se encamina hacia una paz duradera, en cuanto que sea verificada cada día.
La paz es un don de Dios, es un fruto maduro que produce el amor. El Evangelista Mateo coloca la paz en la cima de las Bienaventuranzas: “Bienaventurados los que trabajan por la paz: ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt 5,9). El cristiano, por gracia, es un hijo de Dios, pero construyendo la paz, él toma aún más conciencia de su pertenencia y de su dependencia de Dios, quien como Padre tiene la capacidad de transformar cada uno de sus hijos. El artesano de paz tiene conciencia de que está en un estado de evolución y de transformación. La paz es verdaderamente la cima de un encaminamiento espiritual, es la cúpula de una pirámide cuya base es la presencia consciente de Dios.
El artesano de paz se apoya sobre la roca de su ser que Dios ha escogido como templo de su Espíritu. La paz es la vida de Dios derramada en el ser que se siente como una bendición, la cual hace germinar en nosotros una aptitud de tener cuenta a Dios en toda circunstancia, frente a las personas y los acontecimientos. Es la calidad de la presencia de Dios y de la paz vivida que da al ser de servicio la conciencia de la misión que debe llenar cada día. La paz es la manifestación más tangible de la presencia activa de Dios, de la sumisión al Ser supremo, de la toma de posesión del corazón por el que se considera como un Padre maravilloso, atento y solícito.
Extracto del libro “Sobre las huellas de Jesús”, páginas 126-127, Padre Louis-Marie Parent, o.m.i.