Hoy estamos ante una de las maravillas del Señor: ¡María! Una criatura humilde y débil como nosotros, escogida para ser Madre de Dios, Madre de su Creador.
Mirando justamente a María, meditemos sobre tres realidades:
La primera: Dios nos sorprende:
Es la experiencia de la Virgen María: ante el anuncio del ángel, ella no oculta su asombro. Es el estupor de ver que, para hacerse hombre, Dios la ha escogido verdaderamente a ella, una sencilla joven de Nazaret, que no vive en los palacios del poder y de la riqueza, que no ha realizado hazañas, pero que está abierta a Dios, sabe confiarse a Él, incluso si no comprende todo: “He aquí la esclava del Señor; que se haga en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). Es su respuesta. Dios nos sorprende siempre, rompe nuestros esquemas, cambia nuestros proyectos, y nos dice: ¡confía en mí, no tengas miedo, déjate sorprender, sal de ti mismo y sígueme!
Hoy, preguntémonos todos si tenemos miedo de lo que Dios podría pedirnos o de lo que nos pide. ¿Nos dejamos sorprender por Dios, como hizo María, o nos encerramos en nuestras seguridades materiales, intelectuales, ideológicas? ¿Dejamos que Dios entre en nuestra vida? ¿Cómo le respondemos?
La segunda: Dios nos pide la fidelidad:
María dijo su « sí » a Dios, un « sí » que cambió su humilde existencia de Nazaret, pero este « sí » no fue el único, al contrario, fue solamente el primero de muchos « sí » pronunciados en su corazón en sus momentos gozosos, como también en los momentos de dolor, muchos « sí » que alcanzan su cima en aquél dicho al pie de la Cruz. Hoy, hay aquí muchas mamás; piensen hasta dónde llegó la fidelidad de María a Dios: ver a su Hijo único en la Cruz. La mujer fiel, de pie, destruida interiormente, pero fiel y fuerte.
Dios nos pide que le seamos fieles cada día, en las acciones diarias, y añade que, incluso si a veces no le somos fieles, Él es siempre fiel y con su misericordia no se cansa de tendernos la mano para levantarnos, para animarnos a retomar el camino, para volver a Él y decirle nuestra fidelidad para que nos dé su fuerza. La fe es fidelidad definitiva, como la de María.
El último punto: Dios es nuestra fuerza:
Miremos a María: después de la Anunciación, el primer gesto que ella cumple es un gesto de caridad hacia su anciana pariente Isabel; y las primeras palabras que pronuncia son: “Mi alma glorifica al Señor”, es decir, un canto de alabanza y de acción de gracias, no solamente por lo que hizo en ella sino también por su acción en toda la historia de la salvación. Todo es dado por Él. Si podemos comprender que todo es don de Dios, ¡qué felicidad en nuestro corazón! Todo es dado por Él. Él es nuestra fuerza. Decir gracias es tan fácil, y sin embargo tan difícil. Es fácil ir hacia el Señor y pedir algo, pero ir a agradecerle: “No pienso en ello”
Continuando la celebración eucarística invocamos la intercesión de María para que nos ayude a dejarnos sorprender por Dios sin oponer resistencia, a serle fieles cada día, a alabarlo y agradecerle porque es nuestra fuerza.
Amén.
Papa Francisco, (tomado de la homilía del 13 de octubre de 2013)