Este tema que se nos propone nos interpela enormemente, a saber cómo vivimos nuestro cotidiano, cómo enfocamos la vida con sus acontecimientos y sus dificultades.
Miramos a María para ver cómo ella vivió su cotidiano y cómo con ella, estamos llamados a vivir bien nuestra realidad.
María siempre puso su confianza en Dios. Elle vivía en un mundo donde había muchas dificultades (dominación de los romanos, violencia, injusticia, etc.). Jamás dejó de creer que Dios intervendría en favor de los pequeños, de los mal amados, de los pobres. Esperaba y confiaba en la promesa de Dios: Él, que es fiel enviaría un Salvador.
Ella formaba parte de los anawims (de los pequeños que, en su pobreza, esperaban con confianza la intervención de Dios). En su relación con Dios había comprendido sin duda que Dios ama a su pueblo y que vendrá, intervendrá para liberar a su pueblo. Su fe era tan grande, su confianza tan absoluta, que permanecía en la paz, confiada, en espera del momento de Dios.
La Palabra del Ángel a María, que la interpela como aquella que está llena de gracia y le dice que ha sido escogida por Dios para traer al mundo al Hijo de Dios, el Salvador. Pregunta sencillamente cómo puede realizarse eso siendo virgen. Se entrega muy sencillamente a Dios en una confianza absoluta.
Esta anunciación a María que encontramos en el Evangelio, nos dice muy claramente que esta actitud de María debería ser, para nosotros, la actitud fundamental con la cual debemos enfrentar la vida. Como María, nuestra relación con Dios debe ser hecha de confianza y de abandono. Con ella, podemos hacer la experiencia en nuestro cotidiano de este amor que nos acompaña cada día.
Con María, abrámonos a esta Presencia de Dios que está siempre actuante en el corazón de nuestro mundo. Con ella podemos entrar en acción de gracias, porque Dios es fiel y su presencia es siempre actuante en todos los momentos de nuestra vida. Ella nos abre a Dios, a descubrir su presencia y su acción en nuestro cotidiano y a confiar en el Espíritu que nos habita. Con ella respondamos al llamado nuestro para contribuir con toda nuestra vida en nuestra participación en el proyecto de Dios: “que se haga en mí según tu palabra”, dice ella. La Actitud de María debe llegar a ser también la nuestra. No podemos llegar allí solos. Tenemos necesidad de María, de la gracia de Dios y de su Espíritu.
Vivimos en un mundo que ha perdido su camino de vida de muchas maneras. Las noticias nos hablan de catástrofes de toda clase, de violencia. Frecuentemente estamos en la inseguridad: ¿Qué será el futuro? ¿Qué nos ocurrirá? ¿Cómo permanecer en la paz ante lo que la vida nos trae? ¿Cómo conservar la paz y la confianza? ¿Cómo comprometernos en este mundo con nuestros dones y nuestro amor en el corazón de las realidades nuevas sin que nuestros miedos nos paralicen, sin nuestros juicios negativos, pero en la fe de María?
Gerald Michaud, V.Dei