Si cada día logramos decir, y sobre todo pensar en nuestro corazón: ES DIOS, tan naturalmente como podemos decir: es un bonito día, hace sol… ¡cuántas cosas pudieran cambiar en nuestra vida!
Precisamente, me dirán ustedes, uno no dice todos los días que es un bonito día o que hace sol, sino solamente cuando verdaderamente es un bonito día o cuando hace sol…Ustedes tienen completamente razón, y es la gran diferencia que podemos observar entre Dios y la temperatura.
Dios no cambia de manera imprevisible…
Dios no es víctima de fuerzas incontrolables…
Dios es siempre el mismo, es decir, que Él siempre es Amor y es fiel…
Dios es Creador y no cesa de crear el mundo y de crearnos en cada instante…
Dios es Padre-Madre y no cesa de darnos la vida con amor…
Dios es, Dios con nosotros, desde que su Hijo vino a habitar entre nosotros y prometió estar con nosotros para siempre…
Dios es Espíritu, Amor expandido en nuestros corazones para enseñarnos a vivir y a amar como Cristo…
Entonces, cada día nuestro corazón puede decir: ES DIOS, si los ojos de nuestra fe son bastante perspicaces para saber reconocer los signos de su presencia… si los oídos de nuestro corazón son bastante atentos para reconocer su voz…
Finalmente, se trata para nosotros de aprender a vivir con Dios cada día, descubrirlo presente en lo ordinario de nuestras vidas… Es el aprendizaje de la fe… Como lo expresaba un día el Cardenal Suenens:
« Es suficiente una fe ordinaria para ver a Dios en los acontecimientos extraordinarios de la vida, pero es preciso una fe extraordinaria para aprender a ver a Dios en los acontecimientos ordinarios de cada día... »
Si nuestros ojos se ejercitan, si nuestros oídos se hacen más sensibles, llegaremos a ser capaces de ver a Dios trabajando en nuestra vida y en la vida del mundo, llegaremos a ser capaces de escucharlo y nuestro corazón será capaz de exultar con admiración y gratitud: ¡ES DIOS!
Cada día, a su manera, llegará un momento de celebración… No hay necesidad de grandes acontecimientos, no hay necesidad de soñar, no es suficiente apreciar la belleza de vivir y de amar muy sencillamente. ¡Sí, ¡sorprendernos cada mañana – y en cada instante – por estar con vida, por poder respirar y amar!
Yvon-Joseph Moreau, Abbé d’Oka
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