“No me han elegido a mí sino que yo los he elegido a ustedes”. (Juan 15, 16)
Mi vida consagrada es una aventura extraordinaria, un largo camino de felicidad, de pruebas y de santidad. He crecido en un ambiente donde al frente de nuestra casa, la iglesia parroquial era mi vecina más cercana. La distancia entre nosotros era de apenas 6 metros. Y al lado, sólo un muro nos separaba del convento de las Hermanas de Saint-Hyacinthe de Canadá. A través del contacto de las hermanas, con las que estudié, he sentido una atracción profunda desde muy joven. Llamado que he guardado en secreto durante mucho tiempo. Me gustaba la congregación, la única que conocía y frecuentaba.
A los 19 años, hablé por primera vez con una de estas religiosas, sobre el deseo de consagrarme. Esto me llevó a pasar dos años de orientación en la casa de formación de la congregación. Pero el Señor decidió otra cosa. De regreso a casa, seguí tomando muchas responsabilidades al servicio de mi parroquia. Por ejemplo, preparar a niños y jóvenes al compromiso a los sacramentos de iniciación. Cinco años después, gracias a la llegada de un Voluntas Dei como nuevo párroco, supe de la existencia de los Institutos Seculares, en particular el de las OMMI. El me puso en contacto con la responsable de las oblatas. Poco tiempo después, sin hesitación, empecé mi etapa de aspirante para ser oblata.
Mi primera misión fue en Chauffard (1984-1991) para abrir un centro doméstico para mujeres jóvenes de 16 a 25 años. Tengo que decir que en esta etapa yo era diferente de lo que era a mis 19 años. Ya nada me escandalizaba. Mi ingenuidad había desaparecido. Entendía y veía las situaciones con otros ojos. Encontré mucha felicidad junto a estas jóvenes y al contacto con las personas más vulnerables de la parroquia. Sus testimonios de fe, confianza, serenidad y de paz me edificaron. La convivencia en Chauffard fue para mí un periodo de crecimiento espiritual y de solidaridad, favoreciendo un espíritu de equipo cálido y acogedor. He tenido momentos de alegría intensa, de comunión profunda con Dios, una fraternidad franca con mis compañeras. Pero, a veces, la vida en grupo es también una “prueba”; durante mi recorrido, he conocido también momentos de duda. La incomprensión, la enfermedad, la muerte y las dificultades me sacudieron unas veces. Sin estos siete años en Chauffard que constituían una base bien sólida, bien forjada para mi vocación, hubo momentos donde hubiera podido abandonar. Pero, Dios me cuidaba… Es en estos momentos que experimenté la fuerza, la perseverancia y el poder del amor.
Jesús, mi gran Amor, me ayudó a crecer en la fe incluso durante las pruebas para superar los obstáculos y permanecer fiel a mi compromiso. He aprendido a discernir la voluntad de Dios en los acontecimientos de la vida, a vivir en confianza y abandono. Hoy, miro con gratitud los 40 años transcurridos. Años ricos en experiencias donde el amor incondicional de Jesús me da la fuerza para perdonarme, levantarme y seguir adelante. Que su llama amorosa siga iluminando mi camino y guié mis pasos hasta el día en que me llame al más allá.
Marie-Juliette Sulface, Haití