Mi compromiso en la Iglesia, lo he vivido como agente de pastoral en región y en parroquia durante cerca de 20 años. Antes, estaba comprometida de manera diferente.
Fui llamada a este ministerio, luego de este recorrido que relato aquí: En primer lugar, obré como secretaria en la diócesis de Ottawa durante cinco años. Queriendo hacer más y cambié entonces de lugar para servir al nivel de los obispos de Canadá (CECC). Después de algunos años, busqué un compromiso más cerca de la gente. Percibí cómo la parte de las mujeres en la Iglesia estaba muy poco reconocida. En la oración y la reflexión, decidí inscribirme para un año de formación en pastoral en Montreal. Mientras estudiaba, buscaba para el futuro, un lugar donde se necesitaría laicos para trabajar en la viña del Señor.
Fue así como supe que había un puesto vacante en la diócesis de Quebec y sus alrededores. Me inscribí y fue aceptada. Recibí entonces un mandato pastoral del arzobispo y gradualmente, me entregué en este mundo nuevo. Viví una experiencia muy bella. Mujeres y hombres eran muy entregados, los aprecié mucho y fue recíproco. Me di cuenta que ocupaba un lugar muy importante en el seno de los comités y de los sacerdotes.
Mi misión consiste en escuchar a las personas, en organizar reuniones de formación: bautizos, liturgia, sacramentos de iniciación cristiana, pastoral familiar, pastoral social, comité parroquial, etc. Creé un comité para la condición femenina. Estas mujeres son muy interesadas y comprometidas. Me siento bien acogida como MUJER en todas partes. Y aún con los sacerdotes, pues la única de este género…en ese momento. No era ni cura, ni sacerdotisa. Sin embargo, recibía numerosas confidencias discretamente y sin absolución.
Después de catorce años, busco más la evangelización en la base. Entonces, hice mi pedido para trabajar en parroquias. En ese momento, nombré un nuevo equipo pastoral que empezó una experiencia consistente en agrupar cuatro parroquias en una unidad pastoral, compuesta por tres sacerdotes y de dos agentes de pastoral.
Tuve la alegría y la felicidad de trabajar con personas abiertas y acogedoras. El cura moderador, nos dio mucha libertad. A manera de ejemplo, durante seis años, comenté cada mes la palabra de Dios, (homilías) en las misas dominicales. Los comentarios recibidos de parte de la gente eran muy positivos. Una vez más, apoyada por una amiga agente de pastoral, me atreví a presidir una celebración de la Palabra delante una asistencia de laicos y sacerdotes. Había que tener audacia para hacerlo.
Me atrevo todavía en hacer pequeños gestos para hacer avanzar el lugar de la mujer en la Iglesia con mujeres comprometidas y voluntarias.
Creo que a través de mis gestos, actitudes y testimonio, he contribuido a realizar pequeños pasos para que los que trabajaban conmigo tomen conciencia de que la mujer tiene un papel importante que cumplir en la iglesia, pueblo de Dios. No está allí para servir el café y organizar reuniones. Con todas estas tareas, estaba convencida de que ponía una pequeña piedra para construir y permitir un crecimiento en la iglesia de este tiempo. Con mucha alegría intenté realizar esta misión.
Sin embargo, desde que me retiré, me parece que las mujeres comprometidas en la Iglesia, así como los hombres, han dado un paso atrás. Este retroceso me decepciona mucho. Durante cinco años, presidí celebraciones de la Palabra en parroquia, era renovador y gratificante. Ahora todo es totalmente reservado a los sacerdotes. No se hace más celebración de la Palabra.
Sigo como militante y no pierdo una ocasión de abrir una pequeña ventana… Otro ejemplo: sencillamente, en cuanto al lenguaje en las celebraciones, es increíble, para unos, la mujer se encuentra todavía en tiempos de Noé y de Abraham…
¿Se puede esperar a pesar de todo dar unos pasos más para adquirir un puesto en la Iglesia? ¿Nuestro puesto?
Helene L.