A decir verdad, mi cotidiano es muy sencillo. Mi día empieza con un tiempo de oración, lo que me dispone a vivir plenamente el momento presente y a estar disponible a los pedidos que surgen en el transcurso del día.
La espiritualidad que vivo diario, lo que llamo mi receta de felicidad, me ayuda a responder con amor a las necesidades de las compañeras enfermas. Permanezco disponible para otras peticiones esporádicas.
Siendo una persona comunicativa que ama ayudar a los demás, a menudo tengo invitaciones de mis vecinos para llevar su hijo a la guardería. El otro día, los responsables de la guardería organizaban una fiesta con los niños y pedían que uno de los abuelos viniera con el niño. El joven de cinco años lloraba diciendo a su madre que ya no tenía a sus abuelos porque habían fallecido.
Y el niño dijo: «Mamá, quiero que la Sra. Poulin venga a la fiesta conmigo». ¡Cómo rechazar talpedido de parte de un niño! Con gusto y diligencia acepté acompañarlo. La felicidad y el orgullo del niño fueron destacados por el personal de la guardería. Y así, el año pasado, una vez por semana por la mañana, llevaba la mayor a su escuela. De esta manera se han tejido lazos entre nosotras.
Es un placer ofrecer una presencia amable a la familia y a menudo los niños vienen a visitarme. De vez en cuando, preparo un buen caldito y lo comparto con ellos.
Mi misión se resume en varios servicios pequeños, pero al mismo tiempo la misión es grande cada día. Gracias Señor por todas estas ocasiones de felicidad realizadas através de este servicio.
Yvette P.