Me han pedido dar un testimonio sobre la manera de cómo he vivido este período particular de la pandemia.
Ante todo, siento el deber de dar gracias al Señor porque siempre he tenido buena salud.
Y ahora, recibí la segunda dosis de la vacuna. Soy privilegiada porque formo parte del sector sanitario como farmacéutica y ahora estoy más tranquila.
Desde el primer anuncio del confinamiento, mi primer sentimiento no fue de miedo sino de orgullo; en efecto éramos uno de los comercios abiertos por necesidad. De hecho, aparte de la distribución de medicamentos, una primera necesidad para la populación durante estos días, fue a menudo, tener que aconsejar y reconfortar a las personas que entraban en la farmacia o que nos llamaban por teléfono porque tenían preguntas. Hemos sido un puente entre los pacientes y los médicos porque éramos fácilmente más localizables. Además, colaboramos con la Protección Civil para llegar hasta los enfermos de la Covid que tenían que estar en cuarentena. Realmente, he tenido ocasiones de poner en práctica nuestro tercer « 5 ».
Claro que hubo momentos de desánimo; era difícil aplicar todos los nuevos decretos de la ley: limpieza extraordinaria, dificultad para encontrar los medios de seguridad, las mascarillas no disponibles, un cansancio grande. Yo me quedaba siempre más tarde en el trabajo.
La misa diaria me faltaba mucho, tal como los encuentros con las oblatas y con los amigos del movimiento Comunión y Liberación. En realidad con estos últimos, inmediatamente nos hemos instalados con Zoom y reanudamos enseguida los encuentros semanales. La tecnología fue una ancla de salvación.
Y cuando las iglesias pudrieron abrirse al culto, me pusé a la disposición para la limpieza…Era la primera cosa que hacer para garantizar la seguridad. Si antes enseñábamos el catecismo, o estábamos en el centro de acogida, organizábamos procesiones, ahora teníamos que limpiar, desinfectar, dar detergentes, gel desinfectante, mascarillas, en suma, las nuevas obras de caridad.
Los retiros y los encuentros de equipo alimentan nuestro espíritu. Estamos hechos para vivir en fraternidad pero mantenemos siempre una sólida esperanza. Siempre el Señor se hace presente y nos utiliza para vivir su amor en cada momento.
Rita Gabriella Serafini,
Italia.