En el curso de los años 70, hice una licenciatura en Lenguas Modernas/Traducción en la Universidad de Quebec, en Trois-Rivières. Un día, regresando de vacaciones, entré en el aula donde estaba ya mi profesor de la India. Le mostré mi brazo y le dije: “Mira como estoy bronceada”. Él puso su brazo al lado del mío y dijo: ”Mi piel está más bronceada que la tuya, mi bronceado data de 2,000 años”. Reí, pero a la vez reflexioné: su bronceado milenario era bello y daba vida a la historia de todas las generaciones precedentes.
En 1990, puse en pie en mi parroquia a Ottawa un comité de ayuda para los recién llegados a Canadá. En el curso de este compromiso, conocí a personas de Sri Lanka, Bangladesh, Pakistán, Afganistán, México, Colombia y otros, todos bronceados y bellos. Los de África, estaban más bronceados pero igualmente bellos.
Gracias a la formación de respeto a los demás que recibí siendo oblata en el Instituto y gracias a la broma de mi profesor de la India, me es fácil ver a estas personas, ya hayan nacido en Canadá o en otra parte, como mis hermanas y mis hermanos bellos y amables, con el respeto también de todo lo que tienen que mostrarme sobre la vida.
El proceso sinodal, muy pertinente para todos nosotros, nos invita a tender la mano al otro y caminar juntos como hermanas y hermanos. Una palabra de un Gurú Americano de la Nueva Edad me viene a la mente: Juntos paseamos el uno y el otro camino a la casa: él expresa bien la orientación que el Papa Francisco quiere establecer en toda le Iglesia a partir de las personas de la base.
Que el Señor nos bendiga y que el Espíritu Santo nos acompañe en el transcurso de nuestro camino hacia la solidaridad y la sinodalidad donde nadie, sin excepción, no sea olvidado.
Louise Lalonde
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